Noticias de la patria devaluada.

Nos devaluaron.
Pero no nos vencieron.
La literatura se mudó a este otro blog. https://patricioperaltar.wordpress.com/

Tapa de "Adoflfo Bécquer"

Hoy, 17-12, con la noticia de una nueva participación en una nueva antología

Quién es Patricio Peralta R

El ascensor de Scioli


En el ministerio de economía provincial, los ascensores se caín a pedazos.
Y a veces se caían al suelo.
La mitad del tiempo no andaban y la otra mitad andaban mal. La reparaciones constantes nunca solucionaban nada.
Después de siete años de gestión, decidieron cambiarlos. Ahí, están, remozados, pero no los reemplazaron, simplemente construyeron nuevas cajas, con nueva electrónica y dejaron la maquinaria vieja. Por eso andan más lentos, soportan menos peso y una mujer te grita si sube y baja o te da la bienvenida, aunque uno viva adentro del edificio.
Es casi una metáfora de la mala gestión del gobernador Daniel Scioli.
Sin embargo, sigue siendo la mejor opción ante Macri.
Mauricio va a privatizar la mitad de los ascensores, favoreciendo a sus ricachones amigos.
A los demás ascensores, se los va a dejar a los pobres para que sigan cayendo.
Patricio Peralta R.

El navegante vuelve a su patria, de Adolfo Bioy Casáres.


Este blog ya llevó el cepillo de dientes a este otro


Siempre tuve ideas pero nunca las escribía. Alguien estaba repartiendo un fanzin de una agrupación que prometía realizar un certamen literario en el cual finalmente participé. En él reproducián éste cuento. Tiempo después lo utilicé en Hiperhistorias. El Bar es un relato basado en un ejercicio que proponían en la matería de Guión cinemátográfico en la facultad de bellas artes. El arte es el arte del robo.

El navegante vuelve a su patria


Creo que vi Pasaje a la India, porque en el título de la película estaba mi país. Al salir del cine, tomé el subterráneo —o Metro, como acá lo llaman— para ir a la embajada, donde todos los días trabajo un par de horas. Lo que así gano me permite ciertas extravagancias que dan un poco de animación a mi vida de estudiante pobre. Sospecho que por culpa de esas extravagancias, recaigo últimamente en una suerte de sonambulismo que suele provocar situaciones molestas. Un ejemplo: al recordar el viaje en subterráneo, me veo cómodamente sentado, aunque tengo pruebas de haber permanecido de pie, cerca de las puertas, asido a una columna de hierro y a punto de caer cuando el tren se detiene o se pone en movimiento. Desde ahí miro, con una mezcla de conmiseración y de censura, a un estudiante camboyano, muy mal entrazado, que en un asiento, a la mitad del vagón, dormita con la cabeza reclinada contra el vidrio de la ventanilla. Su pelambre, tan abundante como sucia, deja ver un redondel calvo y arrugado; la barba es rala y de tres o cuatro días. Dormido sonríe, mueve los labios rápida y suavemente, como si en voz baja mantuviera una amena conversación consigo mismo. Pienso: «Parece contento, aunque no hay razón para que lo esté. Vive, como yo, entre europeos hostiles, por más que lo disimulen. Hostiles a quienes juzgan diferentes. En tal sentido los indios tenemos alguna ventaja, por ser menos diferentes; pero a este muchacho, con su traza tan particular ¿quién no le lleva ventaja? Aunque fuera occidental y del Norte, se lo vería como a un representante de la escoria del mundo. Ni siquiera yo, que me considero libre de prejuicios, me atrevería así nomás a confiar en él».


Adolfo Bioy Casares
Bajo en la estación La Muette y en seguida me encuentro en la calle Alfred-Dehodencq, donde está la embajada. Por increíble que parezca, el portero no me reconoce y se niega a dejarme pasar. Mientras forcejeamos a brazo partido, el hombre grita: «¡Fuera! ¡Fuera!» varias veces. En una de las últimas, el grito se convierte en un amistoso: «Sour-sday», que en camboyano significa: «Buenos días». Abro los ojos y aún perplejo, veo a mi amigo el taxista, un compatriota, que mientras me zamarrea para despertarme, repite el saludo y agrega:
«Tenemos que bajar. Llegamos al barrio». Me incorporo, casi doy un traspié al salir del vagón; sigo al compatriota por el andén, sin preguntar nada, por temor de equivocarme y de que me crea loco o drogado. Antes de subir la escalera, cuando pasamos frente al espejo, tengo una revelación, no por prevista menos dolorosa. Quiero decir que el espejo refleja mi pelambre sucia, mi barba rala, de tres o cuatro días; pero lo que francamente me fastidia es comprobar que también en ese momento muevo los labios y, peor todavía, sonrío hablando solo, como un imbécil.

Adolfo Bioy Casares


Este blog ya llevó el cepillo de dientes a este otro

Fanático de la ciencia ficción

estación espacial odyssey like



Cuando leía ciencia ficción sus músculos
generaban ácido galáctico.


estadión espacial star trek DS9


La pluma lo desintoxicaba:
por eso escribió su historia.









Yo, Robot, por Alan Parson Project, un músico que homeajeó a la Ciencia Ficción
Yo Robot ( Isaac Asimov )
Un ojo en el cielo, ( Eye in the sky, Philip Dick )
e incluso a Poe: Cuentos de misterio e imaginación ( Tales of Mystery and Imagination )





Borges y Nisman


Necesitaba una excusa. El caso Nisman me la dió. El fiscal tenía armas ¿por qué le pidió prestada la .22 a Lagomarsino, sabiendo que era delito? Quizás necesitaba exponerlo. Una traición, una venganza. Nunca los sabremos.
Aquí vemos dos ideas, por un lado el policial por el cual me atrevo a relacionar a Borges con Nisman. Por otro, el de los universos paralelos, que se bien llevó a la pantalla televisiva con la serie Sliders, muy recomendable.
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges



El jardín de los senderos que se bifurcan


En la página 22 de la Historia de la Guerra Europea, de Liddell Hart, se lee que una ofensiva de trece divisiones británicas (apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillería) contra la línea SerreMontauban había sido planeada para el veinticuatro de julio de 1916 y debió postergarse hasta la mañana del día veintinueve. Las lluvias torrenciales (anota el capitán Liddell Hart) provocaron esa demora -nada significativa, por cierto-. La siguiente declaración, dictada, releída y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo catedrático de inglés en la Hochschule de Tsingtao, arroja una insospechada luz sobre el caso. Faltan las dos páginas iniciales.
"... y colgué el tubo. Inmediatamente después, reconocí la voz que había contestado en alemán. Era la del capitán Richard Madden. Madden, en el departamento de Viktor Runeberg, quería decir el fin de nuestros afanes y -pero eso parecía muy secundario, o debía parecérmelo- también de nuestras vidas. Quería decir que Runeberg había sido arrestado o asesinado. (Hipótesis odiosa y estrafalaria. El espía prusiano Hans Rabener alias Viktor Runeberg agredió con una pistola automática al portador de la orden de arresto, capitán Richard Madden. Éste, en defensa propia, le causó heridas que determinaron su muerte. [Nota del Editor.]) 
Antes que declinara el sol de ese día, yo correría la misma suerte. Madden era implacable. Mejor dicho, estaba obligado a ser implacable. Irlandés a las órdenes de Inglaterra, hombre acusado de tibieza y tal vez de traición ¿cómo no iba a abrazar y agradecer este milagroso favor: el descubrimiento, la captura, quizá la, muerte, de dos agentes del Imperio alemán? Subí a mi cuarto; absurdamente cerré la puerta con llave y me tiré de espaldas en la estrecha cama de hierro. En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos fuera el de mi muerte implacable. A pesar de mi padre muerto, a pesar de haber sido un niño en un simétrico jardín de Hai Feng ¿yo, ahora, iba a morir? Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí... El casi intolerable recuerdo del rostro acaballado de Madden abolió esas divagaciones. En mitad de mi odio y de mi terror (ahora no me importa hablar de terror: ahora que he burlado a Richard Madden, ahora que mi garganta anhela la cuerda) Pensé que ese guerrero tumultuoso y sin duda feliz no sospechaba que yo poseía el Secreto. El nombre del preciso lugar del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre. Un pájaro rayó el cielo gris y ciegamente lo traduje en un aeroplano y a ese aeroplano en muchos (en el cielo francés) aniquilando el parque de artillería con bombas verticales. Si mi boca, antes que la deshiciera un balazo, pudiera gritar ese nombre de modo que lo oyeran en Alemania... Mi voz humana era muy pobre. ¿Cómo hacerla llegar al oído del Jefe? Al oído de aquel hombre enfermo y odioso, que no sabía de Runeberg y de mí sino que estábamos en Staffordshire y que en vano esperaba noticias nuestras en su árida oficina de Berlín, examinando infinitamente periódicos... Dije en voz alta: "Debo huir". Me incorporé sin ruido, en una inútil perfección de silencio, como si Madden  ya estuviera acechándome. Algo -tal vez la mera ostentación de probar que  mis recursos eran nulos- me hizo revisar mis bolsillos. Encontré lo que sabía  que iba a encontrar: el reloj norteamericano, la cadena de níquel y la moneda cuadrangular, el llavero con las comprometedoras llaves inútiles del departamento de Runeberg, la libreta, una carta que resolví destruir inmediatamente (y que no destruí), una corona, dos chelines y unos Peniques, el lápiz rojo-azul, el pañuelo, el revólver con una bala.Absurdamente lo empuñé y sopesé para darme valor. Vagamente Pensé que un pistoletazo puede oírse muy lejos. En diez minutos mi plan estaba maduro. La guía telefónica me dio el nombre de la única persona capaz de transmitir la noticia: vivía en un suburbio de Fenton, a menos de media hora de tren.
Laberinto


"Soy un hombre cobarde. Ahora lo digo, ahora que he llevado a término un plan que nadie no calificará de arriesgado. Yo sé que fue terrible su ejecución. No lo hice por Alemania, no. Nada me importa un país bárbaro, que me ha obligado a la abyección de ser un espía. Además, yo sé de un 
hombre de Inglaterra -un hombre modesto- que para mí no es menos que Goethe. Arriba de una hora no hablé con él, pero durante una hora fue Goethe... Lo hice, porque yo sentía que el jefe temía un poco a los de mi raza -a los innumerables antepasados que confluyen en mí-. Yo quería probarle que un amarillo podía salvar a sus ejércitos. Además, yo debía huir del capitán. Sus manos y su voz podían golpear en cualquier momento a mi puerta. Me vestí sin ruido, me dije adiós en el espejo, bajé, escudriñé la calle tranquila y salí. La estación no distaba mucho de casa, pero juzgué preferible tomar un coche. Argüí que así corría menos peligro de ser reconocido; el hecho es que en la calle desierta me sentía visible y vulnerable, infinitamente. Recuerdo que le dije al cochero que se detuviera un poco antes de la entrada central. Bajé con lentitud voluntaria y casi penosa; iba a la aldea de Ashgrove, pero saqué un pasaje para una estación más lejana. El tren salía dentro de muy pocos minutos, a las ocho y cincuenta. Me apresuré; el próximo saldría a las nueve y media. No había casi nadie en el andén. Recorrí los coches: recuerdo unos labradores, una enlutada, un joven que leía con fervor los Anales de Tácito, un soldado herido y feliz. Los coches arrancaron al fin. Un hombre que reconocí corrió en vano hasta el límite del andén. Era el capitán Richard Madden. Aniquilado, trémulo, me encogí en la otra punta del sillón, lejos del temido cristal.
"De esta aniquilación pasé a una felicidad casi abyecta. Me dije que ya estaba empeñado mi duelo y que yo había ganado el primer asalto, al burlar, siquiera por cuarenta minutos, siquiera por un favor del azar, el ataque de mi adversario. Argüí que esa victoria mínima prefiguraba la victoria total. Argüí que no era mínima, ya que sin esa diferencia preciosa que el horario de trenes me deparaba, yo estaría en la cárcel, o muerto. Argüí (no menos sofísticamente) que mi felicidad cobarde probaba que yo era
hombre capaz de llevar a buen término la aventura. De esa debilidad saqué fuerzas que no me abandonaron. Preveo que el hombre se resignará cada día a empresas más atroces; pronto no habrá sino guerreros y bandoleros; les doy este consejo: "El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado". Así procedí yo, mientras mis ojos de hombre ya muerto registraban la fluencia de aquel día que era tal vez el último, y la difusión de la noche. El tren corría con dulzura, entre fresnos. Se detuvo, casi en medio del campo. Nadie gritó el nombre de la estación. "¿Ashgrove?", les pregunté a unos chicos en el andén. "Ashgrove", contestaron. Bajé. »Una lámpara ilustraba el andén, pero las caras de los niños quedaban en la zona de sombra. Uno me interrogó: "¿Usted va a. casa del doctor Stephen Albert?" Sin aguardar contestación, otro dijo: "La casa queda lejos de aquí, pero usted no se perderá si toma ese camino a la izquierda y en cada encrucijada del camino dobla a la izquierda. Les arrojé una moneda (la última), bajé unos escalones de piedra y entré en el solitario camino. Éste, lentamente, bajaba. Era de tierra elemental, arriba se confundían las ramas, la luna baja y circular parecía acompañarme.
Ambientada en la Primera Guerra Mundial
"Por un instante, Pensé que Richard Madden había penetrado de algún modo mi desesperado propósito. Muy pronto comprendí que eso era imposible. El consejo de siempre doblar a la izquierda me recordó que tal era el procedimiento común para descubrir el patio central de ciertos laberintos. Algo entiendo de laberintos; no en vano soy bisnieto de aquel Ts'ui Pên, que fue gobernador de Yunnan y que renunció al poder temporal para escribir una novela que fuera todavía más populosa que el Hung Lu Meng y para edificar un laberinto en el que se perdieran todos los hombres. Trece años dedicó a esas heterogéneas fatigas, pero la mano de un forastero lo asesinó y su novela era insensata y nadie encontró el laberinto. Bajo los árboles ingleses medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos... Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros. Absorto en esas ilusorias imágenes, olvidé mi destino de perseguido. Me sentí, por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí; asimismo el declive que eliminaba cualquier posibilidad de cansancio. La tarde era íntima, infinita. El camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas. Una música aguda y como silábica se aproximaba y se alejaba en el vaivén del viento, empañada de hojas y de distancia. Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país; no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes. Llegué, así, a un alto portón herrumbrado. Entre las rejas descifré una alameda y una especie de pabellón. Comprendí, de pronto, dos cosas, la primera trivial, la segunda casi increíble: la música venía del pabellón, la música era china. Por eso, yo la había aceptado con plenitud, sin prestarle atención. No recuerdo si había una campana o un timbre o si llamé golpeando las manos. El chisporroteo de la música prosiguió.
"Pero del fondo de la íntima casa un farol se acercaba: un farol que rayaban y a ratos anulaban los troncos, un farol de papel, que tenía la forma de los tambores y el color de la luna. Lo traía un hombre alto. No vi su rostro, porque me cegaba la luz. Abrió el portón y dijo lentamente en mi idioma:
"-Veo que el piadoso Hsi Peng se empeña en corregir mi soledad. ¿Usted sin duda querrá ver el jardín? Reconocí el nombre de uno de nuestros cónsules y repetí desconcertado:
"-¿El jardín?
"-El jardín de senderos que se bifurcan.
"Algo se agitó en mi recuerdo y pronuncié con incomprensible seguridad:
"-El jardín de mi antepasado Ts'ui Pén.
"-¿Su antepasado? ¿Su ilustre antepasado? Adelante.
"El húmedo sendero zigzagueaba como los de mi infancia. Llegamos a una biblioteca de libros orientales y occidentales. Reconocí, encuadernados en seda amarilla, algunos tomos manuscritos de la Enciclopedia Perdida que dirigió el Tercer Emperador de la Dinastía Luminosa y que no se dio nunca a la imprenta. El disco del gramófono giraba junto a un fénix de bronce. Recuerdo también un jarrón de la familia rosa y otro, anterior de muchos siglos, de ese color azul que nuestros artífices copiaron de los alfareros de Persia...
"Stephen Albert me observaba, sonriente. Era (ya lo dije) muy alto, de rasgos afilados, de ojos grises y barba gris. Algo de sacerdote había en él y también de marino; después me refirió que había sido misionero en Tientsin "antes de aspirar a sinólogo".
"Nos sentamos; yo en un largo y bajo diván; él de espaldas a la ventana y a un alto reloj circular. Computé que antes de una hora no llegaría mi perseguidor, Richard Madden. Mi determinación irrevocable podía esperar.
"-Asombroso destino el de Ts'ui Pên -dijo Stephen Albert-. Gobernador de su provincia natal, docto en astronomía, en astrología y en la interpretación infatigable de los libros canónicos, ajedrecista, famoso poeta y calígrafo: todo lo abandonó para componer un libro y un laberinto. Renunció a los placeres de la opresión, de la justicia, del numeroso lecho, de los banquetes y aun de la erudición, y se enclaustró durante trece años en el Pabellón de la Límpida Soledad. A su muerte, los herederos no encontraron sino manuscritos caóticos. La familia, como usted acaso no ignora, quiso adjudicarlos al fuego; pero su albacea (un monje taoísta o budista) insistió en la publicación.
"-Los de la sangre de Ts'ui Pên -repliqué- seguimos execrando a ese monje. Esa publicación fue insensata. El libro es un acervo indeciso de borradores contradictorios. Lo he examinado alguna vez: en el tercer capítulo muere el héroe, en el cuarto está vivo. En cuanto a la otra empresa de Ts'ui Pên, a su Laberinto...
"-Aquí está el Laberinto -dijo indicándome un alto escritorio laqueado.
"-¡Un laberinto de marfil! -exclamé-. Un laberinto mínimo...
"-Un laberinto de símbolos -corrigió-. Un invisible laberinto de tiempo. A mí, bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano. Al cabo de más de cien años, los pormenores son irrecuperables, pero no es difícil conjeturar lo que sucedió. Ts'ui Pên diría una vez: "Me retiro a escribir un libro". Y otra: "Me retiro a construir un laberinto". Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto. El Pabellón de la Límpida Soledad se erguía en el centro de un jardín tal vez intrincado; el hecho puede haber sugerido a los hombres un laberinto físico. Ts’ui Pên murió; nadie, en las dilatadas tierras que fueron suyas, dio con el laberinto; la confusión de la novela me sugirió que ése era el laberinto. Dos circunstancias me dieron la recta solución del problema. Una: la curiosa leyenda de que Ts’ui Pên se había propuesto un laberinto que
fuera estrictamente infinito. Otra: un fragmento de una carta que descubrí.
"Albert se levantó. Me dio, por unos instantes, la espalda; abrió un cajón del áureo y renegrido escritorio. Volvió con un papel antes carmesí; ahora rosado y tenue y cuadriculado. Era justo el renombre caligráfico de Ts'ui Pên. Leí con incomprensión y fervor estas palabras que con minucioso pincel redactó un hombre de mi sangre: "Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan". Devolví en silencio la hoja. Albert prosiguió:
"-Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente. Recordé también esa noche que está en el centro de Las mil y una noches, cuando la reina Shahrazad (por una mágica distracción del copista) se pone a referir textualmente la historia de Las mil y una noches, con riesgo de llegar otra vez a la noche en que la refiere, y así hasta lo infinito. Imaginé también una obra platónica, hereditaria, transmitida de padre a hijo, en la que cada nuevo individuo agregara un capítulo o corrigiera con piadoso cuidado la página de los mayores. Esas conjeturas me distrajeron; pero ninguna parecía corresponder, siquiera de un modo remoto, a los contradictorios capítulos de Ts'ui Pên. En esa perplejidad, me remitieron de Oxford el manuscrito que usted ha examinado. Me detuve, como es natural, en la frase: "Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan". Casi en el acto comprendí; El jardín de senderos que se bifurcan era la novela caótica; la frase "varios porvenires (no a todos)" me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el
espacio. La relectura general de la obra confirmó esa teoría. En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. Si se resigna usted a mi pronunciación incurable, leeremos unas páginas.
"Su rostro, en el vívido círculo de la lámpara, era sin duda el de un anciano, pero con algo inquebrantable y aun inmortal. Leyó con lenta precisión dos redacciones de un mismo capítulo épico. En la primera, un ejército marcha hacia una batalla a través de una montaña desierta; el horror de las piedras y de la sombra le hace menospreciar la vida y logra con facilidad la victoria; en la segunda, el mismo ejército atraviesa un palacio en el que hay una fiesta; la resplandeciente batalla les parece una continuación de la fiesta y logran la victoria. Yo oía con decente veneración esas viejas ficciones, acaso menos admirables que el hecho de que las hubiera ideado mi sangre y de que un hombre de un
imperio remoto me las restituyera, en el curso de una desesperada aventura, en una isla occidental. Recuerdo las palabras finales, repetidas en cada redacción como un mandamiento secreto: "Así combatieron los héroes, tranquilo el admirable corazón, violenta la espada, resignados a matar y a morir".
"Desde ese instante, sentí a mi alrededor y en mi oscuro cuerpo una invisible, intangible pululación. No la pululación de los divergentes, paralelos y finalmente coalescentes ejércitos, sino una agitación más inaccesible, más intima y que ellos de algún modo prefiguraban. Stephen Albert prosiguió:
"-No creo que su ilustre antepasado jugara ociosamente a las variaciones. No juzgo verosímil que sacrificara trece años a la infinita ejecución de un experimento retórico. En su país, la novela es un género subalterno; en aquel tiempo era un género despreciable. Ts’ui Pên fue un novelista genial, pero también fue un hombre de letras que sin duda no se consideró un mero novelista. El testimonio de sus contemporáneos proclamaba -y harto lo confirma su vida- sus aficiones metafísicas, místicas. La controversia filosófica usurpa buena parte de su novela. Sé que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo trabajó como el abismal problema del tiempo. Ahora bien, ése es el único problema que no figura en las páginas del Jardín. Ni siquiera usa la palabra que quiere decir tiempo.¿Cómo se explica usted esa voluntaria omisión?
"Propuse varias soluciones; todas, insuficientes. Las discutimos; al fin, Stepheri Albert me dijo
"-En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez ¿cuál es la única palabra prohibida?
"Reflexioné un momento y repuse:
"-La palabra ajedrez.
"-Precisamente -dijo Albert-, El jardín de senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo; esa causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla. Es el modo tortuoso que prefirió, en cada uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Ts'ui Pên. He confrontado centenares de manuscritos, he corregido los errores que la negligencia de los copistas ha introducido, he conjeturado el plan de ese caos, he restablecido, he creído restablecer el orden primordial, he traducido la obra entera: me consta que no emplea una sola vez la palabra tiempo. La explicación es obvia: El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
"-En todos -articulé no sin un temblor- yo agradezco y venero su recreación del jardín de Ts'ui Pên.
"-No en todos -murmuró con una sonrisa-. El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo. 
"Volví a sentir esa pululación de que hablé. Me pareció que el húmedo jardín que rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de invisibles personas. Esas personas eran Albert y yo, secretos, atareados y multiformes en otras dimensiones de tiempo. Alcé los ojos y la tenue pesadilla se disipó. En el amarillo y negro jardín había un solo hombre; pero ese hombre era fuerte como una estatua, pero ese hombre avanzaba por el sendero y era el capitán Richard Madden.
"-El porvenir ya existe -respondí-, pero yo soy su amigo. ¿Puedo examinar de nuevo la carta?
"Albert se levantó. Alto, abrió el cajón del alto escritorio; me dio por un momento la espalda. Yo había preparado el revólver. Disparé con sumo cuidado: Albert se desplomó sin una queja, inmediatamente. Yo juro que su muerte fue instantánea: una fulminación.
" Lo demás es irreal, insignificante. Madden irrumpió, me arrestó. He sido condenado a la horca. Abominablemente he vencido: he comunicado a Berlín el secreto nombre de la ciudad que deben atacar. Ayer la bombardearon; lo leí en los mismos periódicos que propusieron a Inglaterra el enigma de que el sabio sinólogo Stephen Albert muriera asesinado por un desconocido, Yá Tsun. El jefe ha descifrado ese enigma. Sabe que mi problema era indicar (a través del estrépito de la guerra) la ciudad que se llama Albert y que no hallé otro medio que matar a una persona de ese nombre. No sabe (nadie puede saber) mi innumerable contrición y cansancio.»
   Ficciones, 1944, Jorge Luis Borges




Galeano

Eduardo Galeano ( 1940 - 2015)



La utopía


La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez
pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.


El jugador

 Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar. Los empresarios lo compran, lo venden, los prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo. En los otros oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años. Los músculos se cansan temprano:- Éste no hace un gol ni con la cancha en bajada.- ¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero. O antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.


El gol 

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a El gol Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.


 El arquero 

También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.

 El ídolo


 Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota. Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación. La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito El gol o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.- ¿Doce? ¡Quince tiene! ¡Veinte! La pelota ríe, radiante, en el aire. Él baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán. Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia:-¡Con la herradura no! La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público rencor:- ¡Momia! A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos.

 El Hincha 


Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno. Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos. Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música. Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.

El fanático


 El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua. El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar. En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento, pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.

El Pintor

-Yo me di cuenta de que estaba muerto, porque hablaba en latín -me explico Angel Vázquez. Además, se sabia. Hacia tiempo que Urbano Lugris, artista pintor, yacía bajo tierra. Pero aquella tarde, Angel había subido a la torre, para esperar el otoño, y se lo había encontrado. Desde lo alto de la costa gallega, Angel estaba contemplando el otoño, que venia de la mar, y el otoño era una luz blanca que invadía el cielo, limpio de nubes. En esa paz estaba Angel, blanca brisa, aire nuevo, cuando descubrió que tenia al artista a su lado. El viejo dijo alguna de esas maldades muy suyas, que en latín sonaban raro, pero río como siempre reía, que no era con la boca sino con sus peligrosos ojos de niño encendidos bajo la maraña del pelo. Y entonces, de pronto, el cielo se enloqueció: se alboroto, se oscureció, y en la súbita negrura aparecieron bailando unas nubes venidas quien sabe de donde, nubes de oro, nubes de fuego, nubes de vino, y luego llegaron los relámpagos y las acuchillaron. Y tembló el mundo, sacudido por los truenos, y sobre el mundo se desplomo una lluvia del fin del mundo. Angel grito: -!Don Urbano !Pinte eso, hombre! Inmóvil bajo la lluvia violenta, el artista echo un bufido de perro viejo. Fue en latín, pero dio para entender: -!Pero no ves que estoy muerto, carajo!

El otro pintor

Eduardo Germán María Hughes Galeano

Sam Shepard I


Sam Shepard

Sam Shepard, escritor y actor estadounidense nacido en 1943 en Illinois.
Crónicas de motel una no-novela que me dejó shockeado, casi sin hablar, sólo con ganas de escribir.
Aquí un relato de "Hawk Moon" traducido como "Luna Halcón", aunque para mí debería haberse traducido como "Luna pregonera" o buchona como decimos en el barrio.

Sueño marino


La cama era para él un océano, incluso cuando estaba despierto. Las mantas se ondulaban como las olas. Las sábanas espumeaban como las rompientes. Las gaviotas caían en picado y pescaban a lo largo de su espalda. Hacía bastantes días que no se levantaba y todo el mundo estaba preocupado. No quería hablar ni comer. Sólo dormir y despertarse y volver a dormirse. Cuando fue a verlo el médico, se le meó encima. Cuando fue a verlo el psiquiatra, le lanzó un escupitajo. Cuando fue a verlo un cura, le vomitó. Finalmente lo dejaron en paz y se limitaron a pasarle zanahorias y lechuga por debajo de la puerta. Era lo único que quería comer. Los demás habitantes de la casa bromeaban diciendo que tenían un conejito, y él les oyó. Cada vez se le aguzaba más el oído. De modo que dejó de comer. Empujó la cama hasta ponerla contra la puerta, para que nadie pudiera entrar, y luego se durmió. Por la noche los demás habitantes de la casa oían el silbido de los huracanes al otro lado de la puerta. Y truenos y relámpagos y sirenas de barcos en una noche de niebla. Aporrearon la puerta. Intentaron derribarla, sin conseguirlo. Aplicaron la oreja a la puerta y oyeron gorgoteos subacuáticos.
En la cara exterior de las paredes de esa habitación empezaron a crecer algas y percebes. Comenzaron a asustarse. Decidieron encerrarlo en un manicomio. Pero cuando salieron por el coche descubrieron que toda la casa estaba rodeada por un océano que se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Océano y nada más que océano. La casa se balanceaba y cabeceaba toda la noche. Ellos se quedaron apretujados en el sótano. Desde la habitación cerrada les llegó un prolongado gemido y la casa entera se sumergió en el mar.

Sin cerebros


No he visto más al filósofo, estudiante o docente que me decía: En la universidad no se piensa.
Tema de un post anterior : leer aquí Maltrato en la UNLP.
El otro que decía que no iba a ir más ahora está yendo a nadar.
La estupidez de la Universidad sigue existiendo

Doblé la esquina. aunque ya estaba doblada, pero así se dice.  Al esquina de Ingeniería. Antes de doblar venía mirando el
Guardia edilicia. UNLP. El papel no deja ver el buraco.
enrejado. Las facultades están enrejadas y descubrir por cual de ellas se puede pasar es más complicado que egresar de una de ellas. Ingeniería. Antes podíamos disfrutar de esos espacios y cortar camino por  las calles internas hacia el bosque o hacia la pileta o al espacio deportivo del nacional. Mientras caminaba por 47 veo dos cosas. Que la puerta de 115 era la que estaba abierta, un auto estaba saliendo, también veo, más adelante de mi, a una mujer que se había detenido y miraba. Luego me di cuenta que tenía miedo. Junto con el auto había unos pibes, de 10 a 14. Eran tres, no veía que hacían, la mujer si, cuando ya la alcanzo me doy cuenta que estaban destrozando la garita de acceso, por eso la mujer tenía miedo, también pasa otro auto. Los pibes lanzan un ladrillazo, que pasa por encima del auto y rompe el vidrio de la garita. Al del auto no le importó  nada; más adelante, casi por lo que sería calle 116 había otro auto, dos o tres personas, dos tenía uniformes con esas bandas brillantes de seguridad. Indiferencia.
Cuando matan a algún rubiecito seguro que son los primeros en salir a indignarse. Yo encaro, ya llegando a donde estaban rompiendo la garita, uno de ellos tenía un palo de escoba, parecía que tenía cenizas, negro de carbón. Este del palo quería romper definitivamente el vidrio que ya tenía una agujero así. No sé si él o alguno de sus compinches era el que gritaba JUSTICIA!! JUSTICA!!

Los vándalos, una bande medio pedorra que no entiendo, le robó el nombre a otra melódica de los 70, también pedorra. Hoy afortunadamente olvidada.


Los vandalos,"Cerebro"

Simultánemente que me ve, se escucha un grito. Era la guardia edilicia, La guardia estaba en otra garita, como a más de 100 metros.  Los pibes rajan para calle uno. Voy caminando hacia donde los Guardianes galácticos. Todavía estaban lejos, les hago seña con la mano, Hacia calle 1, porque ya se habían rajado para esa calle, no sé si me entendían, que les decían que no vengan para la garita, que vayan cortando camino para calle 1. Allí hay tres puertas, que ahora estaban cerradas. Cuando me acerco les grito eso, que vayan cortando camino para calle uno. No tenemos llave me dice uno. Eran como seis. Si, seis tipos amontonados en  una garita interior y ninguna vigilando la entrada. Supongo que en seguridad, la clave es vigilar las entradas. no los baños. Hay otra entrada en 50 , para acceder a la pileta. Alli tampoco no hay nadie. Les digo, son la guardia edilicia y no tienen llaves de las puertas que cierran. Felicitaciones al jefe. También les dije que estaba rompiendo la garita.

Los vándalos




Vivirás en mi

Vos estás bien, me preguntan. Si. No les dije que estaba recaliente porque esas rejas son una idea estúpida y un curro para ejecutar presupuesto y porque ellos eran los abanderados de los inútiles.
Luego ingresé a la pileta iracundo, aunque hasta que no salí no habría encontrado el adjetivo. Ahí en la puerta del vestuario vi otro con esa remera de la desguardia edilicia, debería haber otros. En total como 10 tipos completamente al pedo, sin servir para nada.
La bronca me sirvió para nadar un poco más rápido.
Cuando salía entraba el Lenteja, es un tipo que va y nada apenas 200 metros y superlento, no se para que va. Algún día lo voy a ahogar para que no joda más :P. También uno de los que me devuelve el carnet cantaba una canción de los Iracundos... La vida es así. si , es así. Salgo y veo otra vez a los de la garita, seguían mirando televisión.
Así somos. Así estamos.

Los iracundos.

Y Te Has Quedado Sola

Acá con este seguro que se acuerdan del gordo casero.

Los vándalos: Un día en Santa Fé.

 

Sólo que

Iba caminando solo.
A lo lejos ve a alguien que agita su mano. Apura el paso para saludarlo, para conversar un rato. Alcanza a verle la cara, se le ríe, y pronto está cada vez más lejos.
Y desparece y así lo deja, con la risa rebotando en la niebla.

El héroe de los sueños ( Nueve )

Así comienza el capítulo nueve, el sueño te llueve

NUeVE


Perro perro
Mamá trajo un perro de una casa que limpiaba y que según ella, lo iban a poner a dormir. Marca perro, de ninguna raza. Era lindo de tan feo que era. Al principio no tenía nombre. Como no se me ocurría nada le dije al viejo que le ponga nombre.
El Viejo no sabía cómo ponerle así que le dijo a la Vieja que le ponga pero tampoco sabía que nombre elegir porque tenía tantas cosas en la cabeza que no andaba para pensar en esas cosas.
El viejo le puso Colita al perro, Colita, menos original no podía ser.
Entonces yo le digo Luca. Igual no importa porque el perro te mira con una cara de tontera más grande que la mía y nunca te lleva el apunte.





La placita de nochecita

Un sueño de luz, como un amanecer
no pasará al olvido.


LUIS ALBERTO SPINETTA
“Mi sueño de hoy”


En el barrio hay una plaza donde la gente a veces va a caminar y algunos a correr. En
la primavera del año pasado pusieron más lucen y más gente empezó a ir, entre ellas
  mi mamá, medio a la nochecita.


Entonces yo que hago gimnasio porque nosotros comemos mucho de golpe andaba acompañándola a la vieja porque a pesar de las lucen no quiere ir sola y papá se quedó cuidando el asado. Y no sé que pasó, que al rato era el Luca el que me acompañaba a mi. Porque Allá el perro se llama Colita pero le decimos Luca y Acá se llama Luca porque el que sueña soy yo y el viejo no tiene voz. Me paré al lado de una planta a hacer algunos ejercicios de estiramiento como cuando voy con El Viejo mientras miramos a las chicas. El perro también las mira.
Ahí estaba el pibe, el gordito, con un tatuaje en la pierna y un montón de picaduras de mosquitos.
¬Sos muy chico para ese tatuaje, le dije.
¬El tatuaje se lleva en el corazón, me dijo.
¬No te dijo el gordo de las zapatillas.
¬Que gordo, le dije yo.
¬Ah si, el de los hongos, el que me dijo algo del influjo.
¬Sí, ése.
El pibe se estiraba hasta medir como dos metros y luego volvía a medir metro treinta. Las picaduras de mosquitos eran siempre las mismas.
¬Tengo poco tiempo, no es influjo, es inducción del flujo hidro-áulico, ya resolviste el problema de los deutóxicos.
¬El que, le dijo, no no no, me olvidé, iba a buscar en internet pero me olvidé, desde el año pasado...
¬Ni se te ocurra, me interrumpe.
¬Que ni se me ocurra qué.
¬Buscar el internet... entrás, e inmediantemente tenés a los lobos en tu casa. Que te pensás que el Sátrapa no sabe, están, o estaban mejor dicho, un paso adelante en esto. El Sátrapa también fue un soñador. Los conejos monitorean todo, están entrenados en Estados Unidos.
¬Estados Unidos a qué altura, yo me re conozco el centro, por dónde es.
¬No te hagas el mogui que te van a caer los lobos.


¬Qué lobos. El Sátrapa era Mentiuno?

.. La continuación en la versión impresa, próxima a soñarse.



Salto a la facultad

Este es otro fragmento del capítulo 5 de El héroe de los sueños


Salto a la facultad


Departamento de Física.de
Facultad de Ciencias Exactas
UNLP
No podía seguir así, sin conocimientos, no podía seguir al gordito científico, así que fui y me anoté en la facultad y de paso podría ir reclutando gente.
Me acuerdo cuando fui a inscribirme. Llevaba una polera para que me tapara este cuello gordo que me estereotipa. Fui a una ventanita donde había uno con esos gorros que usan los de la Universidad.
Que quiero empezar la facultad, le dije.
El tipo estaba anotando unas cosas en una libreta. Me miró y se acomodó el gorro que se le quedaba un poco grande y se le caí al inclinarse hacia adelante.
Algo no muy difícil pero interesante, le aclaré.
Nene, me dice el cocinero, dos cositas.
Primero, este es el buffet, la ventanilla de alumnos atiende a la mañana.
Ah.
Dos, tenés que tener terminado el secundario.
Me hacía seña con los deditos mientras se acomodaba el gorro con la otra mano.
Ah, pero mi sueño es entrar en la facultad, le dije.
Bueno, entonces tomá, pensé que eran de esos locos que andan por acá.
Ahí me dió el formulario y mientras lo llenaba le pedí un pebete de salame y queso.
Arreglé mis horarios, a la mañana iba al normal para terminar el secundario y a la tarde y a la noche a la facultad. Me había hecho amigo de Bustavo, parecía piola, siempre se quejaba de todo y pensé que algún día se iba a sumar. De que otra cosa podría estar conformada la rebelación, quién la iba a llevar adelante si no por una banda de inconformistas.
Facultad de Ingeniería UNLP
Pero no, en el fondo era un cagón que nunca se jugaba por nada, finalmente, es por culpa de éstos tipos que tenemos los gobernantes que tenemos. Ya nos habíamos peleado, siempre tenía algo en mi contra. Y no me callé, era mejor tenerlo lejos, porque por ahí en el fondo era todo un alcahuete. Pero siempre nos encontrábamos si era porque él necesitaba algo. Llegamos al bar, a ese buffet tan paquete que teníamos. Él no sabia nada como siempre. El lugar era fantástico, pues todas las paredes eran puertas ventanas y todo el mundo circulaba atravesando en gran salón lleno de mesas. Veníamos con las bicis, él iba a dejarlas ahí. Entonces tuve que explicarle: acá te cobran. Pero siendo estudiante en este techito de acá las podés dejar gratis. Fuimos y las dejamos y fuimos caminando hacia el departamento de demoliciones entre las calles más arboladas que no se qué. Mucho palo borracho y mucho tilo.
No hubo opción al subirmos al camión atmosférico y sentarnos juntos. La Universidad tiene una red de camiones atmosféricos que van y vienen entre las distintas facultades y departamentos.

Una pena el Bustavo, parecía piola pero en el fondo en un forro reaccionario. Casi le pregunto al que manejaba lo de la inducción del flujo hidro-áulico. Pero no, a ver si era un falso como éste otro que te critica cuando vas al zoo y después va y se saca una foto en una pileta nadando con los delfines Delphinus Delphis.

El héroe de los sueños

Es una nouvelle fragmentada próxima a editarse o quemarse.
Un chico muy especial y que no tiene muchas "lucen" va conectando los sueños de 20 noches y una siesta


Se construye una aventura que impactaría en su vida real.


La casa más antigua de latierra

      
El perro Paul


El relato de Paul no está incluído en El héroe de los sueños, perro sirvió de inspiración para el Paul fue reemplazado por Luca.
Abajo algunos enlaces a algunos fragmentos.
Estas son las instrucciones de uso:


El héroe de los sueños, Prolosogía


Aquí hay sueños.
También hay errores, ya que los sueños no son más que errores del área constructora de olvido del cerebro, .
Es un libro con momentos de presueños, sueños, entresueños y despertares.
Excepto uno, todos los sueños pertenecen a Ever. El Ever.
Ever, a su vez tiene un sueño, ese es el sueño conductor de este hilo.
El 95.23% de los sueños de Ever están inspirados en sueños del autor, el resto no.
Aqui la lógica es difusa como en los sueños, por ende algunas consecuencias se anteceden a la causa. Esa ilógica puede haber contaminado la vida real, ya que por eso el Ever cree que consistían sus poderes. Se propone una misma lectura de lógica difusa, ya que cada ejemplar está impreso en diferente orden y la ubicación de apéndice casi lo explica todo y cada cual puede elegir el propio orden.
Pero el primer sueño debe leerse primero, el último debe leerse último, los otros no.



Otros fragmentos:

[ El postre ( La evacuación) ] fragmento del capítulo ONCE

[ Habia que salir explorar] fragmento del capítulo DIEZ

[ Salto a la facultad ] fragmento del capítulo CINCO

[La placita a la nochecita ] fragmenteo del capítulo NUEVE
Esta edición cuenta con el cuerpo central del libro y un apéndice, y aunque nuestro deseo fue incluirlo en ésta pero no tuvimos espacio, dejamos el deseo para la próxima edición que incluirá un apéndice y un riñón.

Producto de venta libre. No testeado en dinosaurios. Estos sueños pueden provocar desconcentración, lógica difusa y somnolencia, no se recomienda a pacientes que manejen maquinaria pesada.