Los jóvenes de la ciudad comenzaron a suicidarse de pronto y sin que nadie supiera el motivo. No se
podía caminar por la calle sin tropezar con algún cadáver. Muchos temían pasar cerca de los edificios sabiendo que podía caérseles un cuerpo encima.
Los jóvenes saltaban al cielo desde las ventanas, reptaban mirando automóviles del lado de abajo, cantaban incomprensibles canciones en los túneles subterráneos, se lanzaban al río con una culpa atada al cuello.
Era todo un riesgo andar por la ciudad en semejantes circunstancias. Las mayorías respetables exigieron que se tomaran medidas de seguridad. Los organismos oficiales se hicieron cargo y ya no se ven cadáveres de jóvenes por la calle. Los matan ellos.
Sólo las minorías marginadas se quejan: han privado a los jóvenes de la única libertad que poseían.
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