Ya expliqué en esta entrada de qué se trata.
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v6.0
Me pregunto qué poseo
verdaderamente.
Me pregunto qué subsistirá
de mí después de mi muerte
Nuestra vida es breve como un
incendio. Llamas que se olvidan, cenizas que el viento dispersan: un
hombre ha vivido
Omar Khayyam
SOLA Y SU ALMA
Una mujer está sentada sola
en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros
seres han muerto.
Golpean a la puerta.
Thomas Bailey Aldrich,
Colaboración de Zolla
d
Después de un larguísimo
trecho sólo encontré un árbol seco, una semilla que parecía haber
cumplido milagrosamente su ciclo vital en ese plano desértico, y
mucho más allá, una herradura oxidada. Nada más.
Levrero |
La forma de referirme al
tiempo es, relacionándolo con el espacio recorrido, pero en ese
espacio totalmente uniforme, aparentemente infinito, esta relación
no ayuda mucho. Sólo me quedaba la referencia de mi propio
cansancio, de mis ritmos vitales, de mi envejecimiento; pero a poco
noté que tampoco eso tenía un significado allí. No sentía hambre
ni sed, y mi cansancio físico y mi envejecimiento estaban en
relación directa con mi ansiedad. Cuando lograba liberarme de la
ansiedad, me sentía joven y descansado; cuando me atacaba el anhelo
de alcanzar de una vez por todas la superficie, podía envejecer años
en pocos minutos.
También descubrí que a pesar
de la aparente uniformidad del plano había ciertos lugares más
apropiados que otros para el descanso rejuvenecedor; por alguna razón
de simpatía, ciertos lugares me quitaban la tensión y el cansancio
y en ellos sólo existía el peligro de un rejuvenecimiento tan
rápido y extremo que pudiera llevarme a formas anteriores de vida.
Novela Geométrica, Mario
Levrero
Sexo del Neocriollo
Son órganos de la Acción de
la palabra, las manos, los pies, el tubo digestivo y los instrumentos
de la generación. El idioma del Neocrillo será entre metafísico y
poético, sin lógica ni gramática. Sus manos y sus pies tendrán
una magnitud hasta hoy desconocida; y responderán a un complicado
sistema de palancas de segundo y tercer grado. Ya les dije que el
Neocrillo se nutrirá de perfumes, rocíos y otras quintaesencias,
gracias a lo cual su tubo digestivo será de una simplicidad absoluta
y no emitirá gases putrefactos ni repugnantes mierdicolas... Ahora
bien sus órganos de la generaciones estarán signados así: los
testículos por Venus y el penis por Mercurio. Decribiré su
forma....
-¡Xul Solar! Una palabra más
y lo echo de la tertulia.
Adán Buenosayres, Leopoldo
Marechal.
Cuento
sin nombre
Había una vez un glomerito1
que era profesor de Ética en un instituto de readaptación de
delincuentes. Dictaba su cursillo en un hormiguero porque las clases
eran obligatorias para las hormigas, delincuentes natos capaces de
matar en una sola noche, como enviadas por Herodes, a todo lo recién
nacido, hijo de la Primavera. Se sentaban en primera fila los
escarabajos, penados por ultrajar el pudor de las violetas, y que
sólo habían confesado en su descargo que, entristecidos por su
obscura condición, habían querido embriagarse con aquellas
florecillas moradas, escondidas tras el abanico de sus hojas.
Asistían al curso también las abejas, allí encerradas por
calumniar a las mariposas, amigas de los colibríes, a quienes
invitaban a su mesa, tendidos los mantelitos de no-me-olvides. Y
estaban los gusanos, habituados a vivir en la sombra, arrastrándose
siempre como los miserables. Había allí una luciérnaga, que
cuando las campanillas azules llamaban a misa para las capillas de
los lirios, se escondía en un ramo de lilas (internado para
florecillas) y así jugaba con ellas, con gran escándalo de las
celadoras. Tenía una pena leve y era un preso modelo. Vivían
felices en la cárcel, donde nunca faltaba azúcar, ni les
preocupaba la vivienda, ni el precio de los transportes o la
carestía de los garbanzos. La libélula, que regía los destinos de
los penados, había preparado para ellos un mundo que los hacía más
buenos y el glomerito les enseñaba que en el corazón de los otros
seres vivían la comprensión y la ternura, sólo había que
descubrirlas. Pero el glomerito "vivía" en el mundo, y él
había visto devorar impunemente el felpudillo de las margaritas,
estrujar las flores de manzano y profanar la candidez de la azucena.
Por eso vivía triste pensando en esos seres que sólo ansiaban
volver a la luz, cuando la luz estaba únicamente en la esperanza y
el mundo estaba a oscuras por la maldad y la mentira.
Hasta que un día el profesor de
Ética, doctor en Teología, Presidente de la Academia Nacional de
Ciencias Morales, se decidió a cometer el crimen más tremendo en
aquel reino de las flores: devoró el corazón del hijo de la rosa,
la reina del jardín, la rosa roja, ante la cual todo rumor de
insecto se callaba y todo vuelo se abatía.
Sentado en un banquillo, conocí al
glomerito, esperando que un nuevo profesor de Ética encendiese en
su corazón la luz de la esperanza, en un mundo que él dejó en
tinieblas.
Lina
Husson, Cuentos
Insulínicos (La Plata,1952), Colaboración de Ana
Oleastro
GOTAN
Esa mujer se parecía a la
palabra nunca,
desde la nuca le subía un
encanto particular
una especie de olvido donde
guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en
el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba
atención
pero ella invadía como el
amor, como la noche,
las últimas señales que hice
para el otoño
se acostaron tranquilas bajo
el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron
ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la
tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la
soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como
un condenado,
con un cuchillo brusco me
maté,
voy a pasar toda la muerte
tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la
última vez.
Juan Gelman, colaboración de
Martha Miel(ero)
Germinación de qué
poroto
De todas las criaturas que
hasta entonces anduvieron por la Tierra, los mono-humanoide fueron
los primeros en contemplar fijamente a la Luna. Y aunque no podía
recordarlo, siendo muy joven Moon-Watcher quería a veces alcanzar, e
intentar tocar, aquel fantasmagórico rostro sobre los cerros.
Nunca lo había logrado, y
ahora era bastante viejo para comprender porqué. En primer lugar,
desde luego, debía hallar un árbol lo suficientemente alto para
trepar a él.
A veces contemplaba el valle,
y a veces la Luna, pero durante todo el tiempo escuchaba. En una o
dos ocasiones se adormeció, pero lo hizo permaneciendo alerta al
punto que el más leve sonido le hubiese despabilado como movido por
un resorte.
A la avanzada edad de
veinticinco años, se encontraba aún en posesión de todas sus
facultades; de continuar su suerte, y si evitaba los accidentes, las
enfermedades, las bestias de presa y la inanición, podría
sobrevivir otros diez años más.
La noche siguió su curso,
fría y clara, sin más alarmas, y la Luna se alzó lentamente en
medio de constelaciones ecuatoriales que ningún ojo humano vería
jamás. En las cuevas, entre tandas de incierto dormitar y temerosa
espera, estaban naciendo las pesadillas de generaciones aún por ser.
Y por dos veces atravesó
lentamente el firmamento, alzándose al cenit, y descendiendo por el
Este, un deslumbrante punto de luz más brillante que cualquier
estrella.
Moon-Watcher se despertó de
súbito, muy adentrada la noche. Molido por los esfuerzos y desastres
del día, había estado durmiendo más a pierna suelta que de
costumbre, aunque se puso instantáneamente alerta, al oír el primer
leve gatear en el valle.
Se incorporó, quedando
sentado en la fétida oscuridad de la cueva, tensando sus sentidos a
la noche, y el miedo serpeó lentamente en su alma. Jamás en su vida
-casi el doble de larga que la mayoría de los miembros de su especie
podían esperar- había oído un sonido como aquel.
Los grandes gatos se
aproximaban en silencio, y lo único que los traicionaba era un raro
deslizarse de tierra, o el ocasional crujido de una ramita. Mas éste
era un continuo ruido crepitante, que iba aumentando constantemente
en intensidad. Parecía como si alguna enorme bestia se estuviese
moviendo a través de la noche, desechando en absoluto el sigilo, y
haciendo caso omiso de todos los obstáculos. En una ocasión
Moon-Watcher oyó el inconfundible sonido de un matorral al ser
arrancado de raíz; los elefantes y los dinoterios lo hacían a
menudo, pero por lo demás se movían tan silenciosamente como los
felinos.
Y de pronto llegó un sonido
que Moon-Watcher no podía posiblemente haber identificado, pues
jamás había sido oído antes en la historia del mundo. Era el
rechinar del metal contra la piedra.
Moon-Watcher llegó junto a la
Nueva Roca, al conducir la tribu al río a la primera claridad
diurna. Había casi olvidado los terrores de la noche, porque nada
había sucedido tras aquel ruido inicial, por lo que ni siquiera
asoció aquella extraña cosa con peligro o con miedo. No había,
después de todo nada alarmante en ello.
Era una losa rectangular, de
una altura triple a la suya pero lo bastante estrecha como para
abarcarla con sus brazos, y estaba hecha de algún material
completamente transparente; en verdad que no era fácil verla excepto
cuando el sol que se alzaba destellaba en sus bordes. Como
Moon-Watcher no había topado nunca con hielo, ni agua cristalina, no
había objetos naturales con los que pudiese comparar aquella
aparición.
Ciertamente era más bien
atractiva, y aunque él tenía por costumbre ser prudentemente cauto
ante la mayoría de las novedades, no vacilo mucho antes de
encaramarse a ella. Y como nada sucedió, tendió la mano y sintió
una fría y dura superficie.
Tras varios minutos de intenso
pensar, llegó a una brillante explicación. Era una roca, desde
luego, y debió haber brotado durante la noche.
Arthur C. Clarke
1
Glomerito: bicho bolita
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