Selecciones 9

La Octava entrega.

Ya expliqué en esta entrada de qué se trata.



Selecciones v9.0

         Las ciudades, en parte las patrias y la unidad universal de la humanidad, no han sido hechas porque el hombre sea sociable; no lo es, sino conventillero.

Macedonio Fernández, colaboración de la Zapaya


De sentir su risa loca

Me sorprende la nostalgia que siento por épocas que apenas si recuerdo haber vivido. Nunca pienso en mí mismo a través de los años cuarenta. Los años cuarenta están reservados para la generación de mis padres y para pilotos con cazadora de cuero y cuello de piel, que sonríen desde la cabina de sus aviones.
A veces se abren para mí pequeños momentos, como cuando cruzo la cocina y el sol da en un color determinado de la pintura de la cocina. El azul pastel me provoca una ensoñación de una época de Vacas Lecheras, muy poca gente, todos conocidos entre sí, en un pequeño y aislado pueblo Americano. Viejas que casi nunca salen de casa. Viejas que me mandan a hacer mandados. Un loro casi más viejo que las mujeres. Un caballo que se llama Negrote. Un Chrysler gris con los asientos tapizados a cuadros. Hojas de sicomoro tan anchas como mi pecho. Una calcomanía medio despegada de los de mi cama, en la que aparece un Lechero completamente vestido de blanco, con una gorra de visera negra, rojas mejillas, y en la mano un cesto de alambre repleto de blancas botellas de leche. Olor a mujeres. Todas viejas. El olor de las viejas por todas partes. En los muebles. En los armarios. En los cajones, mezclado al de la madera. La imagen de mi tía muerta, sentada y tiesa, con una lámpara encendida junto al hombro, una mano caída junto a su regazo. Sus rodillas siempre me engañaron. Incluso muerta, sus rodillas parecían jóvenes y ‘no estaba bien’que tuvieran ese aspecto. Sus rodillas me atraían. A bocajarro. Cuando cruzaban las piernas le quedaba la piel blanca en la parte del hueso. Los bultitos de carne que se formaban en los bordes de los zapatos. Ella me decía que era por culpa de la humedad, que hacía que se le hinchara todo el cuerpo. Pero yo sabía que en realidad era por culpa de su insistencia en forzar a sus pies a que encajasen en cierta idea suya de pequeñez. La mitología de la pequeña Betty Boop. Fue esta contradicción entre sus pies y sus rodillas lo que me condujo a captar contradicciones más intensas incluso a mí mismo. Más tarde, me sentí secretamente agradecido a sus pies por esto.

Me fui chapoteando bajo la lluvia. Me alejé de la gente hechizado por los pimenteros y los rojos Cangrejos de río. Pesqué varias pelotas de golf a listas rojas en agujeros enlodados producidos por su propio impacto. Recuerdo que la emoción que sentía al encontrarlas tenía que ver con el hecho de que las hubiera perdido alguien. Con el hecho de que las había perdido a causa de algún fracaso. Algún desconocido las había golpeado fuera de la pista y ninguna mirada humana había vuelto a verlas desde entonces. Habían pasado junto a ellas los mapaches. Los arrendajos la había picoteado. La ardillas habían tratado sacarlas del pozo. Y, sin embargo yo, el primer ser humano que las localizaba, las extraía con un dedo, las limpiaba en el río y se las vendía a algún necio del Club. A veces, el mismo necio que las había perdido. Siempre notaba el gesto de culpable reconocimiento en sus ojos.
En aquellos tiempos yo debía de ser muy pequeño parque todas las caras parecían enormes.

Sam Shepard

Poema

No es hora prudente
para andar por la calle
sin recuerdos.
Ahora que la luna
ofrece su sexo gratis
a la luz de una mujer desconocida.
En este instante en que tu sombra
te acaricia el hombro
como esperando una respuesta.
  
Colaboración de Marta Melero, de su autoría

La culpa es de Tato Bores


-La culpa de todo la tiene el ministro de Economía dijo uno.
-¡No señor! dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo. La culpa de todo la tienen los evasores.
-¡Mentiras!- dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro-. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto.
-¡Falso!- dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo-. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita.
-¡Pero, por favor...! -dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de las escuelas públicas-. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera.
-¡Calumnias!- dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días-.La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral.
-¡Se equivoca!- dijo un corrupto mientras vendía a cien dólares un libro que se llamaba "Haga su propio curro" pero que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco-. La culpa de todo la tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público.
-¡No es cierto!- dijo un empleado público mientas con una mano se rascaba el pupo y con la otra el trasero-. La culpa de todo la tienen los políticos que prometen una cosa para nosotros y hacen otra para ellos.
-¡Eso es pura maldad!- dijo un diputado mientras preguntaba dónde quedaba el edificio del Congreso-. La culpa de todo la tienen los dueños de la tierra que no nos dejaron nada.
-¡Patrañas!- dijo un terrateniente mientras contaba hectáreas, vacas, ovejas, peones y recordaba antiguos viajes a Francia y añoraba el placer de tirar manteca al techo-. La culpa de todo la tienen los comunistas.
-¡Perversos!- dijeron los del politburó local mientras bajaban línea para elaborar el duelo-. La culpa de todo la tiene la guerrilla trotskista.
-¡Verso!- dijo un guerrillero mientras armaba un coche-bomba para salvar a la humanidad. La culpa de todo la tienen los fascistas.
- ¡Malvados!- dijo un fascista mientras quemaba una parva de libros juntamente con el librero. La culpa de todo la tienen los judíos.
-¡Racistas!- dijo un sionista mientras miraba torcido a un coreano del Once-. La culpa de todo la tienen los curas que siempre se meten en lo que no les importa.
-¡Blasfemia!- dijo un obispo mientras fabricaba ojos de agujas como para que pasaran diez camellos al trote. La culpa de todo la tienen los científicos que creen en el Big Bang y no en Dios.
-¡Error!- dijo un científico mientras diseñaba una bomba capaz de matar más gente en menos tiempo con menos ruido y mucho más barata. La culpa de todo la tienen los padres que no educan a sus hijos.
-¡Infamia!- dijo un padre mientras trataba de recordar cuántos hijos tenía exactamente-. La culpa de todo la tienen los ladrones que no nos dejan vivir.
-¡Me ofenden!- dijo un ladrón mientras arrebataba una cadenita a una jubilada y, de paso, la tiraba debajo del tren-. La culpa de todo la tiene los policías que tienen el gatillo fácil y la pizza abundante.
- ¡Minga! dijo un policía mientras primero tiraba y después preguntaba. La culpa de todo la tiene la Justicia que permite que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra.
-¡Desacato!- dijo un juez mientras cosía pacientemente un expediente de más de quinientas fojas que luego, a la noche, volvería a descoser-. La culpa de todo la tienen los militares que siempre se creyeron los dueños de la verdad y los salvadores de la patria.
-¡Negativo!- dijo un coronel mientras ordenaba a su asistente que fuera preparando buen tiempo para el fin de semana-. La culpa de todo la tienen los jóvenes de pelo largo.
-¡Ustedes están del coco!- dijo un joven mientras pedía explicaciones de por qué para ingresar a la facultad había que saber leer y escribir-. La culpa de todo la tienen los ancianos por dejarnos el país que nos dejaron.
-¡Embusteros! dijo un señor mayor mientras pregonaba que para volver a las viejas buenas épocas nada mejor que una buena guerra mundial-. La culpa de todo la tienen los periodistas porque junto con la noticia aprovechan para contrabandear ideas y negocios propios.
-¡Censura!- dijo un periodista mientras, con los dedos cruzados, rezaba por la violación y el asesinato nuestro de cada día. La culpa de todo la tiene el imperialismo.
- Thats not true!- (¡Eso no es cierto!) dijo un imperialista mientras cargaba en su barco un trozo de territorio con su subsuelo, su espacio aéreo y su gente incluida-. The ones to blame are the sepoy, that allowed us to take even the cat (la culpa la tienen los cipayos que nos permitieron llevarnos hasta el gato).
-¡Infundios!- dijo un cipayo mientras marcaba en un plano las provincias más rentables. La culpa de todo la tiene Magoya.
-¡Ridículo!- dijo Magoya acostumbrado a estas situaciones. La culpa de todo la tiene Montoto.
- ¡Cobardes!- dijo Montoto que de esto también sabía un montón. La culpa de todo la tiene la gente como vos por escribir boludeces.
- ¡Paren la mano!- dije yo mientras me protegía detrás de un buzón-. Yo sé quién tiene la culpa de todo. La culpa de todo la tiene El Otro. ¡EL Otro siempre tiene la culpa!
-¡Eso, eso!- exclamaron todos a coro. El señor tiene razón: la culpa de todo la tiene El Otro.
- Dicho lo cual, después de gritar un rato, romper algunas vidrieras y/o pagar alguna solicitada, y/o concurrir a algún programa de opinión en televisión (de acuerdo con cada estilo), nos marchamos a nuestras casas por ser ya la hora de cenar y porque el culpable ya había sido descubierto. Mientras nos íbamos no podíamos dejar de pensar: ¡Qué flor de guacho que resultó ser El Otro...!
Santiago Varela, para Tato Bores;colaboración de TodoElMundo


Frase genial:

"Soy tan pequeño que no me cabe la menor duda"

Augusto Monterroso

g

Cuando llegué a sentirme perdido en esa jungla cada vez más intrincada, calculé que siguiendo de esa forma no obtendria ninguna ventaja; pero, en lugar de intentar la salida, se me ocurrió la idea de ascender; cambiando de planos, aprovechando las distintas figuras separadas del horizontal. No era fácil; por supuesto, las figuras no estaban dispuestas en forma escalonada y, muchas veces, una vez alcanzada cierta altura debía descender porque no encontraba en las proximidades ninguna figura a una altura mayor. Mi viaje se lizo entonces muy complejo. Recuerdo que comencé trepando a un triángulo casi paralelo al plano horizontal, y luego pasé a un hexágono próximo que, aunque integrando un plano más bien oblicuo, me permitía mantener el equilibrio. Más tarde tuve que realizar verdaderas proezas, ascendiendo de un plano a otro por líneas verticales, filosas, o saltando, porque no tenía otro recurso, desde planos considerablemente altos a pentágonos o hexágonos de reducida superficie. En una oportunidad, la materia de un trapecio resultó de escasa consistencia -o tal vez algún desfallecimiento mío se tradujo en una voluntad de caer; lo cierto es que atravesé la materia de ese trapecio y caí, por fortuna, sobre un dodecágono estrellado que me sostuvo. El golpe me dejó atontado unos instantes, y asustado; pero me repuse rápidamente.

Novela Geométrica, Mario Levrero
Mario Levrero


Los brahamanes y el león

 En cierto pueblo había cuatro brahamanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los hombres podrían saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber, sólo tenía cordura. Un día se reunieron. De que sirven las prendas dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes si no ganamos dinero? Ante todo viajaremos.
Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor: - uno de nosotros, el cuarto es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura nadie obtiene el favor de los reyes, por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se vuelva a su casa.

El segundo dijo : - Mi inteligente amigo, careces de sabiduría. Vuelve a tu casa.
-El tercero dijo: - Esta no es manera de proceder. Desde chicos hemos jugados juntos. Ven, mi noble amigo. Tu tendrás tu parte en nuestras ganancias.
Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo: - Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.
El primero dijo: - Sé componer el esqueleto.
El segundo dijo: - Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.
El tercero dijo: - Sé darle la vida.
El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El tercero se disponía a infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó: - Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.
- Eres muy simple- dijo el otro-. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.
- En tal caso - respondió el hombre cuerdo- aguarda a que me suba a este árbol.
Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó que se alejara el león, para bajar del árbol y volver a su casa.


Panchatranta, de uno de los Libritos de Isabel, la del tren.
Me compré una casa, me casé, y sentí que debía levantarme por la mañana e ir a trabajar, como todo el mundo. Mi inconsciente se limitó a saturarme de ansiedad cuando llegaba allí, a la disquería donde trabajaba, y no podía comprender por qué. Y empecé a desmayarme. Es como si Beethoven hubiese querido realmente trabajar en una fiambrería, y le diera una fobia cada vez que empezaba a cortar rodajas de salame, así que tuvo que convertirse en compositor.
Philip K. Dick
P. K. Dick



El motivo

Todos rodeaban el cajón, velando al muerto. De pronto y ante la sorpresa general, el muerto se incorporó y dijo: “Denme un sólo motivo para vivir, uno sólo”. Unos a otros se miraron, y nadie pudo articular una palabra.

Martín Pinus
bien Martín!

Tiempo de alucinaciones


Virginia insiste sobre el tema del arte y las alucinaciones. Lo único que le puedo contestar es esto.
Me pregunto tantas veces, todos los días prácticamente, si lo que estoy viviendo no es más que una constante y continuada sumatoria de alucinaciones. Con arte o sin arte.
Admito que hay instantes en que esas alucinaciones se detienen y entonces hace su aparición el tiempo que, desde mi perspectiva, simula ser un abismo.
Pero yo sé que no es nada. Yo sé que el tiempo no es nada. Y si algo es, lo es todo por su propia cuenta. Todo lo que es y pudiera ser lo es absolutamente por su propia cuenta y riesgo.
Y yo sólo supongo que sé lo que es. Lo alucino.
De lo que estoy –a medias- seguro es que el que construye esas alucinaciones soy yo. También es a mí que, a veces, se me detienen esas alucinaciones que transcurren día tras día, todos los días. Es a mí que el tiempo, que hace lo que quiere sin mí, se le aparece como algo que simula ser un abismo.
Por eso le digo a Virginia –a quién, últimamente, alucino que odio- que cuando yo no esté más y, en ese momento cuando hasta mi tumba sea olvidada –cosa que ocurrirá, como en todos los casos, irremisiblemente, en la tercera generación posterior al enterrado; le digo a Virginia, que el tiempo estará todavía allí, exactamente igual que hoy... como una alucinación. Como algo que simula ser un abismo.
Pero, por favor, no me culpen porque yo ya no estaré allí. Otro será el responsable de todas esas alucinaciones.
Italo Pescecane Llobregat


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