No le encuentro mucho sentido publicar en un blog notas que aparecen en otros medios, como muchos blogueros hacen, pero encontré la excusa perfecta para una excepción.Creo que ésta es la mejor nota que he leído este año.
Mario Bunge |
Durante el último cuarto de siglo, con las pseudociencias ocurrió lo que suele ocurrir con las plagas biológicas: algunas prosiguen, otras están finalizando y otras más han emergido. Empezaremos por recordar algunos ejemplos de las tres clases y terminaremos replanteándonos las viejas preguntas: ¿por qué siguen prosperando tantas pseudociencias? ¿Y qué podemos hacer para acabar con ellas?
Pseudociencias
supervivientes
Muchas
pseudociencias han seguido haciendo adeptos durante el período
considerado. Entre ellas se encuentra la homeopatía, una de las más
ridículas, por usar soluciones tan diluidas que contienen una
molécula del agente activo por galaxia, de modo que su único efecto
es impedir que el enfermo recurra a tiempo a un médico. El recluta
más reciente de este contingente es nada menos que Luc Montagnier,
ganador del premio Nobel por haber descubierto el HIV o virus del
sida.
Moraleja:
una sólida experiencia científica es insuficiente para vacunar
contra el VPC, o "virus de la pseudociencia". También se
necesita una buena dosis de metodología de la ciencia. El
ilusionista James Randi hizo gala de ella en 1988, cuando, junto con
John Maddox, entonces director de Nature, y un investigador del NIH
(National Institutes of Health), descubrieron las trampas en los
experimentos del laboratorio homeopático del Dr. Jacques Benveniste
en la Universidad de París. Estos tres investigadores denunciaron la
patraña en esa revista, una de las dos publicaciones científicas
más importantes del mundo. Finalmente, la universidad clausuró el
laboratorio y Benveniste pasó a trabajar en una empresa de productos
homeopáticos.
Aunque
grave, el descarrío de investigadores prestigiosos no lo es tanto
como el de instituciones enteras. Baste recordar tres ejemplos
recientes de tal descarrío. Primero: a finales de su presidencia,
Bill Clinton forzó al NIH a establecer un Departamento de Medicinas
Alternativas con un presupuesto inicial de seis millones de dólares.
Harry Collins, el actual director del NIH, es un genetista que
defiende la religión y ataca el materialismo.
Segundo
ejemplo: cuando gobernó la India (1998-2004), el partido derechista
BJP (Bharatiya Janata Party) obligó a las universidades a otorgar
doctorados en Astrología y Medicina Ayurvédica. Para no ser menos,
en 2010 la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, inauguró
maestrías en las medicinas tradicionales india y china, así como en
homeopatía. ¿Por qué no fueron consecuentes y agregaron grados en
astrología, alquimia y parapsicología?
Otro
ejemplo notable de persistencia es el de la teoría económica
estándar, que ha sido incapaz de explicar los desequilibrios
económicos, en particular las combinaciones de desempleo con
inflación y con alza de la bolsa. A diferencia de los errores en las
ciencias auténticas, que se corrigen en el curso de la
investigación, los errores de las pseudociencias sociales tienen
efectos dañinos irreversibles: generaciones pérdidas por falta de
atención médica y educación, industrias arruinadas por el "libre
comercio", libertades cívicas perdidas en beneficio de grandes
empresas, etc.
Un
caso igualmente escandaloso es la politología. Ninguno de los
famosos profesores de esta ciencia, ni de sus críticos marxistas,
detectó a tiempo signos del descalabro del bloque comunista ni de la
actual insurrección del mundo árabe. Esto no impide que influyentes
órganos de derecha, tales como Foreign Affairs, sigan refiriéndose
con respeto a la obra de Samuel Huntington, quien predijo la victoria
estadounidense en Vietnam, y profetizara también que el "choque
de culturas", no de intereses petroleros, sería la fuente de
los nuevos conflictos internacionales.
Pseudociencias
en decadencia
Pasemos
ahora de las pseudociencias aún prósperas a las que ya han entrado
en decadencia. Una de ellas es la astrología. Es posible que su
prestigio haya declinado porque hoy cualquiera puede construir un
horóscopo en un minuto, valiéndose de un software. Además, entre
los académicos se sabe ya, gracias a Richard Dawkins, Steven Pinker
y otros célebres deterministas genéticos, que quienes determinan la
historia de cada persona no son los astros, sino los genes.
Otro
caso del mismo tipo es la parapsicología o estudio de la telepatía,
telequinesis y demás fenómenos paranormales. Esta pseudociencia
floreció en las décadas de 1930 a 1950 en el laboratorio de John B.
Rhine, en la Universidad Duke. Este laboratorio fue clausurado
después de que se probara que los ayudantes de Rhine habían
falseado los datos. Esto no impidió que el célebre neurofisiólogo
católico sir John Eccles creyese en la telepatía, ni que su
colaborador, sir Karl Popper, creyese en la posibilidad de la misma.
Moraleja: admite el dualismo mente-cerebro y podrás tragar cualquier
historia de espíritus.
Pero
el caso más importante de decadencia es el del psicoanálisis. Esta
colección de fantasías y anécdotas sigue divirtiendo a muchos,
pero ya no ejerce el atractivo de antes.
Hace ya tiempo que no se
enseña en ninguna de las universidades líderes, porque no hay
laboratorios psicoanalíticos y porque la psicología acéfala está
siendo desplazada por la neurociencia cognitiva. Además, hay un
factor socioeconómico: la clase media, de donde salían casi todos
los clientes de los psicoanalistas, se ha empobrecido en las últimas
décadas. Esto ha obligado a muchos de los profesionales del cuento
de Edipo a ofrecer terapias de grupo, que son mucho menos rentables.
Pseudociencias
emergentes
Abordemos
ahora el tercer grupo: el de las pseudociencias emergentes. Entre
éstas figuran la física digital, la cosmología de mundos paralelos
y la psicología evolutiva fantasiosa. Me limitaré a exponer una
sola objeción a cada una de ellas.
La
física digital sostiene que los constituyentes elementales del
Universo no son los electrones, fotones, etc., sino los bits o
unidades de información. De aquí el principio Its from bits, o
"cosas a partir de bits". Una objeción fatal es que esta
teoría no señala ningún mecanismo por el cual esos símbolos, o
cualesquiera otros, puedan aglomerarse hasta producir cosas dotadas
de energía y otras propiedades físicas. Este cuento se parece
demasiado al mito de la transubstanciación, que acaso funcione en
misa pero no tiene cabida en el laboratorio.
En
cosmología se discute con toda seriedad la hipótesis del
multiverso, es decir, que hay otros universos además del nuestro. No
se trata meramente de la hipótesis plausible de que el universo es
una suerte de sistema de archipiélagos muy distantes entre sí. La
hipótesis del multiverso es que el universo no es uno sino múltiple,
y que los distintos universos no están interconectados (ya que, si
lo estuvieran, serían un solo universo). Esta hipótesis es
pseudocientífica porque es incomprobable, ya que no hay manera de
recibir señales de los presuntos universos alternativos.
Nuestro
tercer y último ejemplo de nueva pseudociencia próspera es la
psicología evolutiva fantasiosa. Los cultivadores de esta disciplina
pretenden saber cómo sentían y pensaban nuestros antepasados
remotos. Su conducta estaría determinada por sus "genes
egoístas": los varones procurarían maximizar su descendencia.
Más aún, esos fantasistas ignoran la evolución social y sostienen
que los seres humanos dejaron de evolucionar hace unos 100.000 años,
de modo que nosotros seríamos fósiles andantes. No se han enterado
de que hace 10.000 años la agricultura, y cinco milenios más tarde
la civilización, transformaron radicalmente la manera de vivir y,
por tanto, presumiblemente, también la de sentir y pensar.
Hay
muchas otras pseudociencias emergentes, entre ellas la psicología
computacionalista, que sostiene que la mente obra conforme a
algoritmos, no a leyes naturales; y la memética, según la cual hay
unidades culturales que se conservan y mutan como los genes, sin
ayuda de cerebros creadores ni de circunstancias sociales favorables.
¿Por
qué y qué hacer?
¿Por
qué sigue habiendo pseudociencias en la llamada Era de la Ciencia?
Si
supiéramos responder esta pregunta sabríamos qué hacer para
combatir eficazmente esas plagas culturales.
La
pregunta debería ser abordada con ayuda de todas las disciplinas que
se ocupan del conocimiento, tanto genuino como espurio, desde la
psicología social hasta la sociología del conocimiento y la
metodología de la ciencia. De hecho, el psicólogo social James
Alcock es uno de los contados investigadores de esta cuestión. Uno
de sus hallazgos sorprendentes es que los estudiosos de las ciencias
exactas tienden a ser más crédulos que los de las ciencias del
hombre.
Desgraciadamente,
la gran mayoría de los expertos en estas disciplinas ha eludido la
pregunta de marras, tal vez porque ellos mismos carecen de criterios
explícitos para demarcar la charlatanería de la ciencia. Cuando se
los apremia suelen responder: "No necesito ninguna definición
ni criterio explícitos: yo sé reconocer la falsificación cuando la
veo, del mismo modo que sé distinguir la pornografía del arte
erótico". Creo que esta respuesta es irresponsable. Más aún,
el investigador sin ideas claras sobre el asunto se expone a ser
engañado y a tolerar que sus estudiantes sigan pensando en forma
mágica fuera de su especialidad. El buen maestro no se limita a
transmitir conocimientos: también se esfuerza por formar mentes
científicas.
No
creo que haya una receta segura para detectar y evitar las
pseudociencias. Pero sí hay una manera de precaverse de ellas:
adoptar una cosmovisión materialista, o al menos naturalista, y
practicar el escepticismo metodológico. La primera no admite la
existencia de entes espirituales independientes de los cerebros. Y el
escepticismo metodológico manda dudar de cuanta conjetura no haya
sido comprobada.
Estas
fueron las reservas a las que se atuvo James Randi, el gran
ilusionista y denunciante de las pseudociencias. Aunque autodidacta,
Randi se forjó y practicó una filosofía de la ciencia y un coraje
intelectual que le llevaron a detectar y denunciar fraudes famosos,
tales como los de Uri Geller (el doblador de cucharitas), Jacques
Benveniste (el de la memoria del agua), los niños rusos que
afirmaban leer con los dedos y los "cirujanos psíquicos"
filipinos. Randi también puso en evidencia los engaños y
auto-engaños de videntes, zahoríes, parapsicólogos, astrólogos y
otros "científicos alternativos". La lectura de Randi y
otros autores escépticos puede ser más instructiva que la de muchos
filósofos del conocimiento.
Mario Bunge
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